Thursday 1 January 2009

CRIMEN Y CASTIGO

Por. Lic. Abraham Samuel Perez / sperez@pearsoncollege.ca

Casi dos años después de haber publicado una columna con este título y debido a las circunstancias de país que han empeorado en materia de seguridad ciudadana, transcribo parte de ella, pues considero que los conceptos sirven de insumos ante el actual debate de la pena de muerte.
Mucho del comportamiento humano ha sido explicado desde la óptica económica. El principio de racionalidad económica, supone que las decisiones que toma una persona así como las acciones que realiza están en función de maximizar su beneficio, minimizando costos, de acuerdo a lo que esta persona pondere como beneficio y como coste. En ese contexto, el Nóbel de Economía ‘92, Gary Becker plantea en su publicación “Crimen y Castigo”, una aproximación económica de la delincuencia. Fundamentalmente, su método se basa en que los delincuentes hacen un análisis racional de los costos y beneficios que conlleva delinquir sobre lo que le tomaría el realizar actividades productivas dentro del marco legal. Entre los costos que el delincuente evaluaría están la probabilidad de ser aprehendido, las penalidades y la severidad del castigo, así como saber si la ley se hará cumplir. Los beneficios que éste recibe por cometer un delito incluyen los tangibles: la retribución económica que ganaría al cometer el ilícito y los intangibles, que podría ser la satisfacción emocional si el delincuente es amante del riesgo o las señales de poder que puede generar el actor en un entorno específico. Así, desde la óptica económica, los castigos que penalicen fuertemente las acciones delictivas son necesarias para desincentivar al homo economicus, que busca maximizar sus beneficios al mínimo coste robando, secuestrando e incluso asesinando y violando. Para él es un buen “negocio” si no existen motivos que le disuadan continuar con estas practicas. El terrorismo podría incluirse en este análisis. Urge entonces desincentivar al criminal empezando con las leyes que le castiguen duramente así como con el importante efecto-demostración de acciones policíacas fuertes e instituciones judiciales que hagan que las leyes se cumplan con prontitud y eficiencia. Si ve que no puede ser aprehendido o que no existen penas para su delito, continuará realizándolo impunemente. Bajo esta premisa, el ser humano no es “bueno” o “malo”, pues esto respondería a escalas de valores según el punto de vista individual y consecuentemente relativo. El comerciante de drogas, el secuestrador o el marero, responderán al principio de evaluar costos y beneficios, no a una escala de valores. Si les resulta menos costoso dedicarse a la delincuencia por no existir castigos, instituciones débiles y poca capacidad para ser aprehendido y condenado, continuará con dicha actividad productiva y económica. Al final del día tiene todos los incentivos a su favor para actuar así. La pena de muerte es un poderoso disuasivo.
*Desterremos la mediocridad: El ministro de cultura en sus recientes declaraciones a la prensa ha mostrado que lo que natura no da, salamanca no presta. Peor aún, las actividades del Ministerio de Cultura y Deportes que veremos antes de los 100 días saben a populismo y no corresponden al POA del Ministerio para este año. Los chapines ya no somos ignorantes. Si no le es posible articular una política nacional de cultura y arte es necesario prescindir del actual ministro. El país ya no está para desperdiciar los recursos en pan y circo.

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