Monday 26 July 2010

El día que el sur le cerró sus fronteras a los DOLARES


Ya estaban cansados los latinoamericanos. Desde que al país del norte del continente se le ocurrió que su libertad iba a ser limitada por fronteras políticas. (qué paradoja) el agua se derramo del vaso cuando aplicaron la ley antimigrante en Arizona. Eso fue en el 2010. Ya diez años han pasado desde que esa ley se aprobó. Y fue lo mejor que pudo haberle pasado a Latinoamérica. A partir de ese año, decidieron, los latinos, llamarse Estados Unidos de Latinoamérica.
Desde los estados fronterizos de México hasta tierra de fuego, el hemisferio Sur del continente americano había declarado por fin su independencia económica, politica y hasta espiritual.
Decidieron en aquella cumbre realizada en el centro de America, cerrarle las fronteras a la moneda gringa. No más dólares iban a ser recibidos en los países del sur. Ya no eran los tiempos de Bretton Woods.
Como así? dijeron los miembros del "Tea Party", empezando por su más radical vocera, Sara Palin. Ustedes necesitan nuestros dólares! Sus economías fueron diseñadas para depender de la nuestra, de nuestras universidades, del consumo que hacemos a sus productos, de nuestros premios nobeles, de nuestro idioma!
Pero no. Latinoamérica ya no necesitaba más a los Estados Unidos del hemisferio norte. Ya habían aprendido lo que tenían que aprender, ya se habían tecnificado suficientemente como para seguir importando tecnología o recetas de crecimiento económico. Se dieron cuenta que desde Tijuana hasta Ushuaia la tierra era buena, el clima estable durante el año, los recursos abundantes y la gente trabajadora, noble, profunda, con mucha historia para aprender de ella y mucha sabiduría que por cientos de años había sido silenciada.
Desde la fuente de energía más sucia, el petróleo, hasta la energía solar, los estados unidos de Latinoamérica podían generar tanto como para ser autosuficientes y no caer en los errores que el norte había caído.
Ni siquiera las drogas serán producidas más. La forma de vida que los latinos decidieron construir no seria igual al modelo que por tanto estrés y tanta necesidad de poder consumía el alma y los hacia dependientes de felicidad en polvo. No, los latinos eran los países más felices del mundo según mediciones internacionales.
Decidieron contagiar a África y negociar con Europa y Canadá siempre y cuando los términos de intercambio respetaran los estándares sociales, ambientales, culturales y humanos que los latinos habían hipotecado anteriormente por culpa de los jóvenes de corbata que en una oficina de un hotel de lujo en Chicago habían diseñado para Latinoamérica.
Y a 10 años de esa bárbara ley en Arizona, los profesionales que habían emigrado retornaron a sus casas, los obreros y sus hijos regresaron a sus raíces, se bañaron en las aguas puras y frescas del Usumacinta, se pasearon descalzos en la sierra del Perú, tomaron mate y chocolate, comieron maíz y arepas, bailaron al son de los tambores y se empaparon con la lluvia tropical húmeda y tibia de los bosques aun llenos del alma de la tierra, como lo hacían desde hace un siglo los pobladores de esa tierra bendita.
No quisieron más los dólares. Suficientes recursos tenían para vivir bien, y hablar sin vergüenza su idioma natal. 

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