Saturday 28 March 2015

EL GRAN DESAGÜE

El gran desagüe


Los seres humanos somos una especie interesante. Por un lado hemos sido capaces de crear vacunas para erradicar virus mortales y tratar enfermedades alargando nuestro periodo de existencia terrenal pero por otra somos capaces de depredar y destruir el equilibro natural que al planeta le ha tomado millones de años en adquirir, condenando así la permanencia de nuestra especie en el tiempo.
Y no nos engañemos, ese equilibrio no es estático. Al contrario, es bastante dinámico y cambiante.. Especies mueren, los ecosistemas se recomponen y la vida sigue teniendo fluctuaciones interesantes en el pasar de lo que hemos inventado como “tiempo” desde hace milenios.

Lo preocupante y que nos motiva a escribir esto, es lo que observamos en Guatemala, como una muestra de lo que sucede en el mundo en gran escala. Preocupa que en menos de una generación, en menos de 30 años lo que alguna vez fue una cuenca con un ecosistema vasto y rico, una fuente de agua potable, un regulador del clima y generador de oxígeno, es más, un lugar de recreación y de contemplación natural lo hemos convertido en una enorme letrina, en un desagüe de aguas industriales… en un pantano eutrófico.

Hace 30 años ir a Amatitlán era un paseo agradable… Recuerdo haberme bañado más de una vez en las aguas del lago con la familia en el lado de la “playa pública”, comer las mejores pupusas de queso, tostadas, mojarras y dulces típicos hechos a mano por manos amatitlanecas. Rentábamos una lancha de remo con papá y mis hermanos y nos desconectábamos del mundanal ruido conforme nos adentrábamos al centro del lago en un paseo sano y lleno de emociones. Hacíamos viajes en lancha para ver la “silla del niño de atocha” por Q1.oo por persona y comprábamos cañas de pescar artesanales, hechas de bambú, con plomitos y un anzuelo, para agarrar mojarritas que luego soltábamos.  Increíble pensar que eso no fue hace mucho... unos 30 años.

Más de alguna vez fuimos invitados al club de oficiales “El Morlon” y visitamos el farito que está en sus orillas. Otras veces nos íbamos por la carretera que rodeaba el lago para parar en las aguas sulfurosas y termales que siempre nos impresionaban. Teniendo amistades con chalets en la otra orilla del lago nos dio el privilegio de pasar buenos ratos con amistades y la familia. El club náutico era otro lugar de esparcimiento en el que mirábamos atardeceres frente al lago después de una buena nadada en la piscina.

Pero, ¿Qué le hicimos a ese ecosistema que teníamos a la vuelta de la esquina y a media hora de la ciudad capital? Sencillamente lo vimos como el mejor lugar para tirar nuestros desechos y considerarlo como el gran desagüe de nuestra rampante economía centralizada en la ciudad. El desarrollo, la industrialización, la “calidad de vida” había llegado. El lago sería, a parir de ese entonces, el desagüe donde depositaríamos lo que resulta muy costoso reciclar, o incluso evitar tirar por la alcantarilla. La premisa es sacarle el jugo a los recursos en la producción y minimizar los costos como sea y sin importar el futuro. Sin regulaciones que obliguen a empresas y hogares a tratar sus aguas, sin gobiernos que intervinieran y sin autoridad para regular la mano invisible del “progreso” el proceso de destrucción había llegado para quedarse.

Según estudios consultados, ya en el 2000 el lago recibía un 75% de aguas contaminadas 
provenientes de actividad domestica (drenajes) y la otra cuarta parte eran desechos industriales desde la ciudad y municipios aledaños. Lo que se encuentra en ese lago es desde material orgánico, peces y algas muertas hasta desperdicios químicos, restos de órganos humanos, jeringas desechadas, condones usados, químicos, pintura, jabón, plásticos, acido de baterías, deshechos industriales… en fin. Todo lo que el mercado no paga en el súper y todo lo que no se puede tirar “en la calle”. Si se puede lanzar al rio, allí que se vaya.

Externalidades le llamamos en economía. Irresponsabilidad le debiéramos llamar la ciudadanía.
Bajo el esquema imperante (es decir un mercado capturado por empresas cuyo interés es generar la mayor cantidad de utilidades posibles minimizando los costos e ignorando y eludiendo al Estado) pues se ven atrocidades sociales como: reducir salarios a menos que lo que cuesta sobrevivir, ecocidios ambientales como acabar con bosques originarios y convertirlos en lucrativas plantaciones de palma africana o la extracción de minerales, petróleo o construcción de hidroeléctricas desplazando a comunidades enteras a la fuerza y contra su voluntad y asesinando o encarcelando líderes sociales en el proceso… o todo lo anterior.

Más aún, si el lago siendo un bien público se ha destruido en tan poco tiempo por la incapacidad del Estado de prevenir su contaminación por corrupción pero también porque los dineros públicos no alcanzan, entonces lo que se requeriría es dentro de la conciencia de quienes contaminamos se paguen un poco más de impuestos y que, como se está haciendo hoy a través de un escándalo mediático, se audite de diversas formas ese dinero para garantizar que hayan plantas de tratamiento, se refuercen leyes a favor de los ecosistemas y supervisión constante… y se prevenga.
Sin embargo, qué hacen las megaempresas que contaminan? Se inscriben bajo elrégimen de maquilas para no pagar impuestos y seguir depredando lo poco que queda rescatable del país! Esos ecosistemas, esas comunidades y esas personas que bajo una visión de economía de mercado se denominan “recursos productivos”… vaya concepto que nos ha tergiversado la percepción de los ecosistemas.

Bajo ese esquema en el mediano plazo, ¿Qué esperamos que suceda? ¿Quiénes son las siguientes víctimas? ¿A quién le toca en la cola convertirse en materia prima para que pocos aparezcan en la revista Forbes como millonarios y el resto de chapines solo recordemos con nostalgia lo que alguna vez existió?  ¿Monterrico? ¿Atitlán? ¿Peten Itzá? ¿Lachua..? ¡Semuc champey? le siguen lo que queda de la selva del Peten y la sierra de las minas, los bosques en verapaces y las playas del atlántico.. si en una generación, un millón de chapines en la capital pudimos hacer de un lago una gran letrina, que no le sorprenda a sus hijos lo que 15 millones podemos hacer en el resto del país.


Ya va siendo tiempo que reflexionemos sobre las causas de los problemas y no tratemos de curar, con agüitas milagrosas o cantos de sirena, la consecuencia de lo que viene gestándose desde hace años.

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