El gran
desagüe
Los seres
humanos somos una especie interesante. Por un lado hemos sido capaces de crear
vacunas para erradicar virus mortales y tratar enfermedades alargando nuestro
periodo de existencia terrenal pero por otra somos capaces de depredar y
destruir el equilibro natural que al planeta le ha tomado millones de años en
adquirir, condenando así la permanencia de nuestra especie en el tiempo.
Y no nos
engañemos, ese equilibrio no es estático. Al contrario, es bastante dinámico y
cambiante.. Especies mueren, los ecosistemas se recomponen y la vida sigue
teniendo fluctuaciones interesantes en el pasar de lo que hemos inventado como
“tiempo” desde hace milenios.
Lo
preocupante y que nos motiva a escribir esto, es lo que observamos en
Guatemala, como una muestra de lo que sucede en el mundo en gran escala. Preocupa
que en menos de una generación, en menos de 30 años lo que alguna vez fue una
cuenca con un ecosistema vasto y rico, una fuente de agua potable, un regulador
del clima y generador de oxígeno, es más, un lugar de recreación y de
contemplación natural lo hemos convertido en una enorme letrina, en un desagüe
de aguas industriales… en un pantano eutrófico.
Hace 30 años
ir a Amatitlán era un paseo agradable… Recuerdo haberme bañado más de una vez
en las aguas del lago con la familia en el lado de la “playa pública”, comer
las mejores pupusas de queso, tostadas, mojarras y dulces típicos hechos a mano
por manos amatitlanecas. Rentábamos una lancha de remo con papá y mis hermanos
y nos desconectábamos del mundanal ruido conforme nos adentrábamos al centro
del lago en un paseo sano y lleno de emociones. Hacíamos viajes en lancha para
ver la “silla del niño de atocha” por Q1.oo por persona y comprábamos cañas de
pescar artesanales, hechas de bambú, con plomitos y un anzuelo, para agarrar
mojarritas que luego soltábamos. Increíble
pensar que eso no fue hace mucho... unos 30 años.
Más de
alguna vez fuimos invitados al club de oficiales “El Morlon” y visitamos el
farito que está en sus orillas. Otras veces nos íbamos por la carretera que
rodeaba el lago para parar en las aguas sulfurosas y termales que siempre nos
impresionaban. Teniendo amistades con chalets en la otra orilla del lago nos
dio el privilegio de pasar buenos ratos con amistades y la familia. El club
náutico era otro lugar de esparcimiento en el que mirábamos atardeceres frente
al lago después de una buena nadada en la piscina.
Pero, ¿Qué
le hicimos a ese ecosistema que teníamos a la vuelta de la esquina y a media
hora de la ciudad capital? Sencillamente lo vimos como el mejor lugar para
tirar nuestros desechos y considerarlo como el gran desagüe de nuestra rampante
economía centralizada en la ciudad. El desarrollo, la industrialización, la
“calidad de vida” había llegado. El lago sería, a parir de ese entonces, el desagüe donde depositaríamos lo que
resulta muy costoso reciclar, o incluso evitar tirar por la alcantarilla. La
premisa es sacarle el jugo a los recursos en la producción y minimizar los
costos como sea y sin importar el futuro. Sin regulaciones que obliguen a empresas y hogares a tratar
sus aguas, sin gobiernos que intervinieran y sin autoridad para regular la mano
invisible del “progreso” el proceso de destrucción había llegado para quedarse.
Según estudios consultados, ya en el 2000 el lago recibía un 75% de aguas contaminadas
provenientes de actividad domestica (drenajes) y la otra cuarta parte eran
desechos industriales desde la ciudad y municipios aledaños. Lo que se encuentra
en ese lago es desde material orgánico, peces y algas muertas hasta desperdicios
químicos, restos de órganos humanos, jeringas desechadas, condones usados,
químicos, pintura, jabón, plásticos, acido de baterías, deshechos industriales…
en fin. Todo lo que el mercado no paga en el súper y todo lo que no se puede
tirar “en la calle”. Si se puede lanzar al rio, allí que se vaya.
Externalidades
le llamamos en economía. Irresponsabilidad le debiéramos llamar la ciudadanía.
Bajo el
esquema imperante (es decir un mercado capturado por empresas cuyo interés es
generar la mayor cantidad de utilidades posibles minimizando los costos e
ignorando y eludiendo al Estado) pues se ven atrocidades sociales como: reducir
salarios a menos que lo que cuesta sobrevivir, ecocidios ambientales como
acabar con bosques originarios y convertirlos en lucrativas plantaciones de
palma africana o la extracción de minerales, petróleo o construcción de
hidroeléctricas desplazando a comunidades enteras a la fuerza y contra su
voluntad y asesinando o encarcelando líderes sociales en el proceso… o todo lo
anterior.
Más aún, si
el lago siendo un bien público se ha destruido en tan poco tiempo por la
incapacidad del Estado de prevenir su contaminación por corrupción pero también
porque los dineros públicos no alcanzan, entonces lo que se requeriría es
dentro de la conciencia de quienes contaminamos se paguen un poco más de
impuestos y que, como se está haciendo hoy a través de un escándalo mediático, se
audite de diversas formas ese dinero para garantizar que hayan plantas de
tratamiento, se refuercen leyes a favor de los ecosistemas y supervisión
constante… y se prevenga.
Sin
embargo, qué hacen las megaempresas que contaminan? Se inscriben bajo elrégimen de maquilas para no pagar impuestos y seguir depredando lo poco que
queda rescatable del país! Esos ecosistemas, esas comunidades y esas personas
que bajo una visión de economía de mercado se denominan “recursos productivos”…
vaya concepto que nos ha tergiversado la percepción de los ecosistemas.
Bajo ese
esquema en el mediano plazo, ¿Qué esperamos que suceda? ¿Quiénes son las
siguientes víctimas? ¿A quién le toca en la cola convertirse en materia prima
para que pocos aparezcan en la revista Forbes como millonarios y el resto de
chapines solo recordemos con nostalgia lo que alguna vez existió? ¿Monterrico? ¿Atitlán? ¿Peten Itzá? ¿Lachua..?
¡Semuc champey? le siguen lo que queda de la selva del Peten y la sierra de las
minas, los bosques en verapaces y las playas del atlántico.. si en una
generación, un millón de chapines en la capital pudimos hacer de un lago una
gran letrina, que no le sorprenda a sus hijos lo que 15 millones podemos hacer
en el resto del país.
Ya va
siendo tiempo que reflexionemos sobre las causas de los problemas y no tratemos
de curar, con agüitas milagrosas o cantos de sirena, la consecuencia de lo que
viene gestándose desde hace años.
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